historia
Mérida y la Península de Yucatán han inspirado en gran medida la esencia de Antelar. Es en su historia, paisajes, sabores y tradiciones, donde hemos encontrado una guía para dar vida a este sueño.
Reconocemos la ciudad a pie porque al caminar por sus calles descubrimos y aprendemos un poco más de ella, de lo que ha sido, de cómo es y eventualmente, imaginar lo que podría llegar a ser. Es justamente de ahí, de la calle, de donde nos hemos apropiado de un elemento único de la tradición popular meridana para nombrar a nuestras habitaciones.
La Tucha, El Loro, Flor de Mayo, La Sirena, Dos Camellos, El Faro y El Tigre son solo algunos ejemplos de los nombres con los que la gente en Mérida ha nombrado a las esquinas de la ciudad, de acuerdo con algunos registros históricos, desde el siglo XVI.
Son pocas las historias detrás de los nombres de las esquinas que han permanecido vigentes al día de hoy, ya que el tiempo ha jugado un papel elemental en la forma en que esta tradición oral se ha ido transmitiendo. Sin embargo, los aparentes vacíos en muchas de estas historias han abierto la posibilidad a la creación de un imaginario colectivo en donde ciudadanos, escritores e historiadores han ido contribuyendo para mantener viva la tradición.
Es en este espíritu de colaboración que hemos decidido apropiarnos de algunas de estas leyendas y en algunos casos, aportando con nuestra imaginación, para recrear este universo en nuestro espacio, y con ello contribuir con un elemento único a la identidad de cada una de las habitaciones que forman parte de este oasis peninsular al que hemos llamado Antelar.

KING
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la tucha
Durante la época de la Colonia, muy cerca de Plaza Santiago en una casa de cal y canto, vivió una niña hija de españoles. Era muy bonita pero soberbia y arrogante con todos sin distinción.
Cuentan que un día paseando por la plazoleta, llamó su atención unas muñecas de barro que una anciana vendía. Al preguntar por el precio, la anciana le habló por su nombre y le dijo que podía tomar la que quisiera, pues era un regalo. La niña se molestó al darse cuenta que la habían reconocido y con insultos negó la oferta de la mujer. Decepcionada por esta reacción, la anciana dibujó en el suelo los siete ojos de la madre tierra, un conjuro que solamente Boxón, la bruja más poderosa en la región, podía conocer.
Al otro día, metida en la hamaca de la niña, apareció una Tucha, una mona fea y de mal olor. El susto movilizó a todo mundo; por un lado la servidumbre de la casa trató de ahuyentar a la Tucha con palos y chanclas; y por otro, brigadas de personas comenzaron a buscar a la niña que había desaparecido.
Pasaron cerca de quince días para que la niña, aún convertida en Tucha, hambrienta y llena de tristeza, juntara el valor para hacer a un lado su orgullo y se arrepintiera por lo mala que había sido.
La mañana siguiente acostada a un lado de su hamaca, la niña apareció dando gran felicidad a su familia. Fue hasta que pudo bañarse y comer un buen desayuno, que la niña pidió ser llevada a la plazoleta de Santiago; al estar ahí y encontrarse nuevamente con la anciana, se acercó tímidamente, pidió disculpas y aceptó la muñeca con gratitud.
KING
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el loro
A principios del siglo XVIII, dos mujeres de edad avanzada vivían con un loro tuerto y un gallo en la esquina donde inician las calles de Chuburna y Santa Lucía.
Los animales, confinados al encierro impuesto por sus dueñas, veían pasar la vida desde una ventana que daba a la calle. Menos frustrado que el gallo, el loro saludaba y daba las buenas noches a las personas que pasaban por ahí; fue así como se ganó el cariño de vecinos y transeúntes.
Se dice que un día el gallo no soportó más las ocurrencias del loro y de un picotazo le sacó el último ojo que le quedaba. Ciego, el loro no tuvo forma de distinguir entre el día y la noche, y a partir de este momento no dejó de dar las buenas noches, lo que a la larga volvió loco al gallo.
El tiempo pasó y el loro murió, la gente que lo conoció tuvo mucha tristeza así que las dos mujeres decidieron mandar a hacer un loro de madera para que cuando alguien pasara por la esquina de la 66 y la 55, recordará que ahí alguna vez vivió un loro que era muy amable y daba las buenas noches.


KING
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flor de mayo
Durante la Revolución Mexicana, se dice que las tropas del general Salvador Alvarado llegaron a pernoctar al local de panuchos Flor de Mayo y que el mismo general gustaba mucho de la comida y conversación de la propietaria del local.
A inicios de los años 1900's Flor de Mayo, en la esquina de la 75 y la 68, fue primero una tienda de abarrotes. Al morir el propietario, el local quedó disponible y su esposa que por años había vendido panuchos en el Parque San Juan y después por el Cine Hidalgo, decidió ocuparlo conservando el nombre.
Flor de Mayo fue un punto de encuentro para todo tipo de personas, desde campesinos y comerciantes, hasta músicos, escritores, historiadores, militares y gobernadores. Hay quienes aseguran haber visto al mismísimo Pablo Neruda chupándose los dedos fascinado con los antojitos que se ahí se preparaban.
Los panuchos son uno de los antojitos típicos de la comida yucateca; están elaborados a base de una pequeña tortilla rellena de frijol colado que al entrar en contacto con el comal caliente, se infla, dándole la consistencia y textura que los caracterizan. Una vez fritos se les pone cochinita pibil, cebolla morada en vinagre y salsa tamulada de chile habanero.
KING
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la sirena
Desde los mayas se cree en la existencia de las sirenas en las costas de Yucatán. Lamentablemente, el paso de los años ha hecho difícil saber con precisión cuál es el origen detrás de historias como la de La Sirena, en la esquina de la calle 56 con 57. Así que decidimos zarpar mar adentro en la memoria popular y rescatar la esencia de esas leyendas para contar la nuestra.
En un pueblo del Mar Caribe vivió una pareja de pescadores con sus tres hijos. Un día su única hija descubrió una laguna llena de peces de colores. La niña que amaba la vida en el mar, no dijo nada a sus padres para evitar que los atraparan. Después de varios días de mal tiempo en la costa, hambrientos y sin poder pescar, la madre molesta por el distanciamiento de la niña decidió seguirla al verla salir rumbo a la laguna. Cuando descubrió lo que había estado ocultando, llena de ira agarró con sus manos tantos peces pudo, los llevó de regreso a casa y los cocinó. La niña rompió en llanto y su madre, cansada de sus dramas, le dijo: “si te duele tanto ser hija de pescadores, deberías hacerte pez y vivir en el mar”.
Al paso de unos días la niña desapareció, nadie más la volvió a saber de ella; sólo algunos pescadores que la conocieron, aseguraron haberla visto sentada sobre unas piedras donde las olas pegan fuerte y el viento hace volar el cabello. Atónitos, en sus relatos afirmaban que la niña en vez de piernas tenía una extremidad parecida a la cola de un pescado, con escamas que brillaban y reflejaban la luz del sol.
Sus hermanos, afectados por su desaparición y ya en su vida adulta, se mudaron a Mérida. En homenaje a su hermana decidieron poner la imagen de una sirena en la esquina de su casa; de esta manera nunca olvidaron que allá en la inmensidad del Mar Caribe, muy probablemente su hermana era feliz entre vida marina y arrecifes de coral.


SUITE DOBLE
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dos camellos
A mediados del año 1872 llegaron al puerto de Sisal dos hermanos que habían trabajado desde muy pequeños como camelleros en Tenerife. Compañeros inseparables de toda la vida, decidieron emprender el viaje a América huyendo de la hambruna ocasionada por las guerras en Europa. Pero no llegaron solos; con ellos venían dos camellos: Esfinge y Minutero.
Fue gracias a la coincidencia en Cuba con un personaje que tenía buenas conexiones en Mérida, que un buen día hermanos y camellos, tocaron la puerta de la casona ubicada en la esquina de la calle 66 con 49 para pedir trabajo.
La llegada de los hermanos y sus camellos fue una noticia que rápido despertó la curiosidad de los pobladores; vecinos y familias completas se dieron cita en la esquina de la casona para poder admirar la belleza única de estos animales.
Cuentan que tiempo después Esfinge murió a causa de la mordedura de una víbora. De los hermanos se dice que uno se casó con una mujer yucateca, y que el otro decidió regresar a Canarias. De Minutero se rumoraba que se había hecho viejo bebiendo agua del pozo y viendo pasar el tiempo bajo la sombra de una Ceiba milenaria.
SUITE KING
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el faro
Los registros con la historia detrás de la esquina de El Faro no son muy precisos. Sin embargo todo parece indicar que su nombramiento estuvo relacionado con el Faro Punta Palmar al norte de Celestún. Yucatán cuenta con diez faros a lo largo de sus 340 kilómetros de costa, algunos de ellos construidos en la época en que los buques piratas amenazaban los puertos del Caribe mexicano.
Considerado uno de los más altos del país y aún en operación, el faro de Punta Palmar se construyó en el año de 1931. Desde su linterna, generaciones de fareros han sido testigos del paso de embarcaciones de todo tipo, aves migratorias e incluso, acontecimientos aparentemente sobrenaturales. Cuenta la historia que la silueta de un barco pirata aparece y desaparece en el horizonte, un Galeón Fantasma que se hundió antes de llegar a la playa y con él, su tripulación y un tesoro de grandes riquezas.
Aparentemente fue un farero de Punta Palmar quien le diera el nombre a la intersección de la calle 62 con la 41; decía que esa esquina lo ayudaba a ubicarse y no perderse en la ciudad. Aunque algunos creen que en realidad solo le gustaba pasar tiempo ahí, a veces con la mirada perdida y otras, contando historias y dando consejos a los pasantes; un poco como cuando trabajaba en el faro, cuando guiaba las embarcaciones que navegaban por las aguas del Mar Caribe.


JUNIOR SUITE
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el tigre
Quizás la leyenda de la que más especulación existe, es la que cuenta la existencia de un tigre que rondó las calles de Mérida a mediados del siglo XVI. Capturado en una expedición en la India, traído en barco y encerrado en cautiverio por algún excéntrico de la época virreinal, el tigre luchó contra el encierro desde un inicio.
Incapaz de domarlo, un día el hombre decidió darlo en adopción a un circo que en esos momentos pasaba por la ciudad. Hecho el trato, el personal del circo pasaría a recogerlo esa misma noche. Nadie imaginó que en el cambio de jaulas, el animal haría una escapada heróica que sería recordada por muchos años entre los vecinos donde se ubica la esquina de la calle 54 y la 55.
El propietario del tigre no dio aviso a las autoridades de lo acontecido y poco después se fue de Mérida; nunca se supo más de él. Del tigre se dice que rondó por un tiempo las calles de la ciudad antes de emprender el camino rumbo a la selva, que llegó a la costa y que ahí conoció a un niño con quien zarpó del puerto de Progreso rumbo al Océano Atlántico.
La idea de que el tigre haya regresado a su tierra motivó a los vecinos de la casa en donde estuvo encerrado, a poner una placa en la esquina para recordar su determinación y deseo de libertad. Valores que también han caracterizado al pueblo yucateco, desde la época precolombina hasta el día de hoy.